Ciego del mundo externo,
divino ojo interior.
Sabio luego de tu propio Hades,
de aquella caída estrepitosa a un destino no previsto.
Creías que todo iba bien,
pero negaste el mundo de los placeres,
y ellos te aplastaron.
Quisiste ser un asceta lleno de inteligencia,
y te convertiste en un mendigo muerto de hambre.
Pero lo lograste,
encontraste a tu verdadera anima,
Antígona, tu leal hija.
Y en el momento preciso,
sentado bajo el alero de dos árboles,
la dejaste dormida,
caminaste al horizonte,
oíste el cantar de las Eumenides,
te perdonaste de corazón
y desapareciste…,
fundiéndote con toda Grecia…
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